Del esplendor minero del siglo XIX al presente de expectativas frustradas



“La minería no va a solucionar todos los problemas, pero nos va a dar una ayuda importante”, expresó el gobernador Raúl Jalil en la inauguración de la planta Tres Quebradas en Fiambalá. Allí destacó que la puesta en marcha de la planta de carbonato de litio “sale con un valor agregado, listo para ser usado en la fabricación de baterías”, y aseguró que “esto significará nuevas fuentes laborales en la provincia”.

El mandatario recordó que, si bien el litio es un recurso no renovable, “por ello trabajamos en infraestructuras”. Detalló inversiones por 22 millones de dólares de Zijin en el puente de Medanitos, un fideicomiso para la nueva terminal y la proyección de otras obras. “La minería va a dar una ayuda muy importante”, insistió.

Sin embargo, estos anuncios vuelven a mostrar una distancia entre las expectativas del pueblo catamarqueño y lo que realmente deja la minería en la provincia. La memoria histórica marca la diferencia: hacia fines del siglo XIX, empresarios catamarqueños exportaban cobre por un valor equivalente a dos presupuestos provinciales y generaban ingresos cercanos a 5.000 millones de dólares actuales. En aquel tiempo, la riqueza quedaba en la provincia.

Hoy necesitamos saber con claridad cuál es la rentabilidad real de la minería en Catamarca: cuánto queda para la provincia, cuánto para la Nación y qué proporción se lleva la empresa. El pasado muestra que Catamarca eligió otro perfil productivo, o más bien improductivo: el ferrocarril llegó a la capital burocrática en 1889, pero a la zona productiva del Oeste recién 23 años después, cuando los emprendimientos mineros ya estaban fundidos. La dirigencia provincial priorizó el centralismo administrativo en vez de sostener el desarrollo productivo.

Mientras tanto, en Australia el desarrollo minero siguió avanzando y décadas después sus propios empresarios vinieron a invertir en La Alumbrera. Esa historia pudo haber sido distinta si en Catamarca se hubieran acompañado las iniciativas productivas locales.

Esa Catamarca productiva ya no existe. En aquel entonces el 33 % del presupuesto se destinaba a la educación, 1.000 catamarqueños trabajaban en las minas del Oeste y el peso del empleo estatal era mínimo. Hoy, en cambio, la economía provincial depende casi por completo del gasto público.

Por eso se impone una estrategia clara:

  • Rendición de cuentas del fondo fiduciario.

  • Transparencia en las obras: distinguir cuáles se hacen en función de la explotación minera y cuáles son genuinas para integrar el territorio y diversificar la producción.

  • Nueva ley de compensación minera: retomar la iniciativa vetada por De la Rúa, que buscaba una mejor distribución de las riquezas mineras.

Mirando el pasado

El ferrocarril llegó a la capital en 1889, pero recién en 1912 alcanzó al Oeste productivo. Para entonces, Pilciao (Lafone Quevedo) había cerrado en 1892 y La Constanza (Carranza) en 1895. Tucumán, con un PBI apenas superior, había recibido el tren en 1876.

Ya lo decía un informe de la época: “Debe hacerse conocer dentro y fuera de la provincia que hay una base de riqueza en los departamentos del Oeste que justifica cualquier gasto en ponerlos en contacto con las líneas férreas”. La dirigencia no lo entendió y Catamarca quedó condenada a una cultura burocrática en lugar de una cultura productiva.

El periódico La Unión, en agosto de 1880, denunciaba con crudeza:
“Toma formas aterradoras la tendencia de nuestra generación a vivir de los empleos públicos, subordinando toda la existencia a un mísero sueldo… la tendencia burocrática ahoga la iniciativa individual, que podría transformar en pocos años las condiciones económicas”.

Los estudios de Lafone Quevedo, Schickendantz, Bazán, Caro, Chavarría y Nallar coinciden en señalar que fueron decisiones políticas internas las que moldearon esta estructura, luego cristalizada en una cultura dependiente del empleo estatal.


Hoy el desafío es provocar nuevos cambios políticos y diseñar una matriz productiva distinta, donde el PBI de la economía privada supere al gasto estatal. Sólo así Catamarca podrá dejar de repetir un ciclo de anuncios grandilocuentes y avanzar hacia una verdadera soberanía sobre sus recursos.

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