La reforma laboral y la realidad de Catamarca
Hay momentos en los que una pregunta sencilla puede iluminar un debate entero.
Y hoy, mientras en el Congreso de la Nación se discute una reforma laboral que promete “modernizar” el empleo en Argentina, esa pregunta es inevitable:
¿Desde qué realidad laboral se discute en provincias como Catamarca?
Catamarca tiene una particularidad que no es nueva, pero sí urgente:
su estructura laboral no se parece a la del AMBA, ni a la de Córdoba, ni a la Patagonia.
Y sin entender esa diferencia, cualquier reforma corre el riesgo de ser una receta genérica aplicada sobre un territorio con necesidades completamente distintas.
Nuestra provincia es una de las más dependientes del gasto público del país.
El Estado no solo administra: actúa como empleador de última instancia y como pulmón del consumo interno.
Más de la mitad de nuestra estructura laboral está vinculada directa o indirectamente a la administración pública. Y el sector privado —pequeño, frágil, muchas veces asfixiado por la falta de inversión, infraestructura y formalización— no logra convertirse en motor del desarrollo.
A esto se le suma un dato que debería estremecernos:
más del 40% de los trabajadores catamarqueños está en la informalidad.
Son jóvenes que no acceden a un primer empleo digno, adultos que sobreviven sin derechos, familias enteras sin estabilidad ni previsión.
Y lo más grave: la caída de programas educativos que ayudaban a completar la escuela agranda todavía más la brecha entre quienes pueden y quienes quedan afuera.
Los salarios acompañan este escenario.
Con un promedio de $867.000 mensuales, Catamarca se ubica entre las provincias peor pagas del país, un 41% por debajo del promedio nacional.
Es decir: aun trabajando, miles de catamarqueños viven al día, sin posibilidad de ahorro, sin proyección, sin margen para una vida más amplia que la mera supervivencia.
Entonces, ¿qué ocurre cuando en un territorio así se propone una reforma laboral basada en flexibilizar, reducir costos laborales o debilitar protecciones?
Ocurre exactamente lo contrario a lo que promete:
no aparece el empleo privado;
no se expande la formalización;
no despega la inversión.
Lo que sí crece es la precariedad.
Y con ella, la desigualdad.
Porque una reforma laboral no puede crear por decreto aquello que el modelo económico no produce:
empleo privado genuino, salarios dignos e industrias que sostengan el desarrollo.
El problema no está en los derechos laborales.
El problema está en la falta de un proyecto productivo que permita que el sector privado exista, crezca y compita.
El problema está en el modelo.
Catamarca necesita otro horizonte:
uno que impulse industrias, valor agregado, tecnología, minería con desarrollo territorial, turismo real, agroindustrias renovadas y un ecosistema donde las pymes puedan expandirse sin depender exclusivamente del gasto público.
Y ese es el punto final, y también el comienzo:
sin cambiar el modelo, ninguna reforma laboral podrá funcionar.
Pero si construimos un modelo nuevo —productivo, inclusivo, moderno, con salarios que permitan vivir y no apenas subsistir— podremos discutir reformas que realmente tengan sentido para Catamarca.
No es solo un debate técnico.
Es una discusión sobre cómo queremos vivir,
qué provincia queremos construir
y qué futuro estamos dispuestos a imaginar para nuestra gente.

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